Sábado santo, y por múltiples motivos que van más allá de lo religioso. A la entrada de la Sala Capitol, una legión de motocicletas, de las que retumban hasta con el motor apagado, sirve de guía para que el mismísimo leviatán sobre ruedas ponga patas arriba la brújula del saber estar y se proyecte con terceras disminuidas sobre el santuario de la Sala Capitol. Toca noche de Rock & Roll y el ambiente está a media chispa de arder como la gasolina: el club de moteros local, los Black Birds MG, ha montado un buen tinglao. Vamos allá.

Analicemos los ingredientes: sobre el papel tenemos a dos bandas de las que, para mí, son un sinónimo de “seguro disfrute del directo”. Tanto Mad Martín Trío como The Soul Jacket son de esos grupos que dan un golpe en la mesa para reivindicar, con hechos y compases bien medidos, que en Galicia también sabemos hacer música de calidad. Sumémosle un plus: una entrada de 12€ que deja claro que ni la guerra de Ukrania ni la subida del combustible afectan a todas las cosas de este planeta: los promotores simplemente han querido celebrar una fiesta para todos los públicos así que bendita la excusa que se han currao. Gracias.

No hubo lleno absoluto, pero sí una buena entrada y, sobre todo, muchas ganas de pasarlo bien; a veces menos es más, por fortuna y para alivio de todos. Sin embargo, un día más he perdido la mano en el enigma que consiste en descifrar las condiciones que conducen, en este singular pueblo grande, a un sold out (y hasta ahí puedo leer). Me centro y prosigo.

Surge humo del lateral del escenario, cual tubo de escape en pleno apogeo destructivo del ozono; el hilo musical, al que no he prestado atención, se frena de golpe recordando un "yo sobro si hay música en directo"; dos agujas discuten sobre si han cruzado o no la barrera de las nueve y media, y unas luces, que se vuelven tan rojas como homogéneas, levantan los últimos coletazos de expectación en las primeras filas de la sala. Es la hora.

Salta al escenario la banda “más local”, ellos son Mad Martín Trío y en su epitafio rezaría un algo así como “la eterna huella que reside en Compostela para recordarnos las bondades del Rock & Roll de los 50”.

Martín Esturao es el comandante de esta formación que causa sensación allá por donde enciende su ampli; armado con una Gretsch, unas patillas y un tupé siempre en su sitio, el cantante y guitarrista es un verdadero espectáculo sobre las tablas; una sonrisa gamberra que busca siempre el favor del público, remover los cimientos rítmicos de un respetable que rápidamente empatiza, se contagia y muda sus neuronas a un espacio sonoro en el que fluyen desinhibidas sus emociones. Es la voz clásica que requiere el género, la rítmica precisa que te aprieta para que no te salgas de la carretera y la guitarra solista, de gran cilindrada, que se pasea por el mástil, a gran velocidad y con soltura divina, cada vez que una canción brama un claro “esto es de locura”: la santísima trinidad de lo musical. Esto tiene mérito, es reseñable, y franca y sanamente envidiable.

El formato power trío es el preferido de este músico, ya desde los tiempos de Doctor Gringo. Se trata de una estructura en la que cobra especial relevancia el papel del contrabajo ya que el rockabilly es un estilo al que este instrumento aporta un punch de percusión muy necesario para mantener potencia y presencia en el ritmo a lo largo de cada tema; una forma natural de transmitir intensidad por todos los poros. En esta ocasión era Borja García Paz, “Escudo de Roble”, el encargado de acompañar a Martín y, aunque en ocasiones parezca que le cueste abandonar la seriedad de una sobria interpretación, tuvo sus momentos de montarse en el contrabajo y tocar en posturas en las que parece imposible manejar un instrumento de dimensiones descomunales.

 

Cierra el trío en la batería un veterano de la escena local, Manuel Somoza “Lolo Logan”, que cumple desde la sencillez y el clasicismo, marcado por el género, con el papel de dirigir la sucesión de baquetazos que el guion demanda.

En cuanto al repertorio, repasaron temas de sus álbumes “Time to Go Mad” y “Tornado”, que se fueron intercalando con versiones de grandes del género como “Mistery Train” de Junior Parker, “Like a Rocket” de los Reverend Horton Heat o la mítica “Folsom Prison Blues” de Johnny Cash.

Un lujo con sello compostelano que no me canso de ver en directo y que dejó bien altas las revoluciones de una noche en la que hasta en la última fila se respiraba un “ganas de más”.

Como quien no quiere la cosa, la noción del tiempo desvela que estamos a un paso de las once y es el turno para The Soul Jacket. Los de la ciudad olívica se han convertido, tras 4 discos, en uno de los más sólidos exponentes de la música actual de nuestro país. Se trata de un grupo con claras raíces en el rock sureño americano pero que, álbum tras álbum, ha sabido madurar y evolucionar para incorporar otros estilos como el soul, el funk, el R&B e incluso la sicodelia manteniendo siempre un denominador común: los años setenta. Venían presentando nuevo disco, “Le me stand”, donde esta fórmula a nivel sonoro se vuelve contemporánea, sin perder un ápice de su pureza.

Toño López es el líder de la banda, una voz que navega con ventaja por las tesituras del soul y que se “pierde”, afinadamente y sin complejos, en el resto de estilos que despliegan a lo largo del concierto. Aunque el grupo es un bloque homogéneo, en el que cada elemento juega un papel importante, es de recibo señalar expresamente a Mauro Comesaña a la batería: un portento que descarga energía, técnica y buen gusto en cada golpe. El ritmo se vuelve goloso girando sobre un eje, tan sólido y elaborado, que juega como un enano con la variación de la intensidad.

Pero en esta vida no todo son líneas vocales y toques de “charles”, el rock requiere 6 cuerdas y unas válvulas que regulen los latidos; así encontramos a Jorge Mizer y Guillermo Gagliardi a las guitarras funcionando en sintonía, donde la necesidad es mutua y el objetivo es común; juntos logran una unión profunda y sin fisuras. Completan la formación Jann Zerega al bajo y Xabier Vieitez a las teclas generando la atmósfera necesaria para que The Soul Jacket nos traslade a “tiempos mejores” y se convierta en un equilibrio indiscutible en el que el trabajo de composición, arreglos y ensayos queda patente a las primeras de cambio.

En conclusión, podemos afirmar que los Black Birds MG llenaron de auténtica vida el inicio de la semana santa, contando con las mejores cofradías del rock galaico, y así se lo confirmó el público al final del concierto cuando subieron al escenario para agradecer a los asistentes su participación en el evento despidiéndose entre aplausos y caras de felicidad, cual estrellas de cine. Esperemos que a este le sigan unos cuantos conciertos más pues, a toda localidad, le viene “que ni pintado” sumar y sumar al programa cultural, hacerlo crecer tanto en calidad como en cantidad pero, sobre todo, en diversidad.

Me despido, sin derrape ni marca en el asfalto pero con un buen recuerdo y un gracias por todo.

 

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