Koma, la banda navarra, da una lección de veteranía y deja un saco de grandes sensaciones en su vuelta a los escenarios galaicos. Octavo concierto, de una extensa gira, con motivo de la presentación de su nuevo disco, “Una ligera mejoría antes de la muerte”; una gira en la que, visto lo visto, se dejarán la piel para demostrar que siguen siendo uno de los pesos pesados de la “tralla” nacional.

Naaaa, na, ná; naná, ná… o, como se cantaba en mi pandilla, Ñaaaa, ña, ñá; ñañá, ñá... (aportaba distorsión al tema, echadle imaginación).

En fin, me centro, a lo que iba: así abría Koma su esperado regreso a Santiago de Compostela, con esa entrañable canción de Barrio Sésamo que resume perfectamente el ambiente que existía en la Capitol un nada primaveral viernes 26 de abril. Hablemos de lo que allí aconteció...

Buena entrada y, aunque no hubo lleno, os puedo asegurar que allí estábamos todos los que teníamos que estar. Desde esa gente que descubrió el rock en directo en los noventa hasta, por supuesto, la que ya lo estaba flipando desde hace alguna(s) década(s) más. Personas que ya no suelen asistir asiduamente a conciertos y otras que siguen ahí, bolo tras bolo, en primera línea de fuego, cual soldados resignados a su deber para con la patria. Una comunión no pactada que se tradujo en buen rollo y risas varias, tanto en las primeras filas como en las últimas. Poco más se puede pedir pero vamos a intentar mejorarlo con letras.

Tres misiles ultrasónicos para empezar: con Dinamítalos, El Viaje y La Máquina del Tiempo; la banda daba un golpe encima de la mesa, a las primeras de cambio, dejando caer toda la artillería del nuevo álbum, “Una ligera mejoría antes de la muerte”. El público se vino arriba, Koma sonando a Koma, con una marcha más que en el disco; esa marcha que conduce meteóricamente del rock al metal, sin que nadie pueda, ni quiera, abrir la boca más que para beber o cantar. De ligera no tiene nada, la mejoría.

Y así nos pillaron, desprevenidos pero contentos, enlazando eso con un clásico que todos cantamos por mandato divino: el Tío Sam; una canción cuyo riff te cercena la tapa del cráneo para escribir “sabes quién es y venga, va, que hacemos un pogo”. Inevitable, la fiesta estaba montada en el centro de la sala y aún quedaba mucha noche por delante.

Pues esa es la clave de este grupo: poner de su lado al público con un par de riffs pegajosos, unas letras que invitan a liarla parda y un sonido que te envuelve para que lo des todo sin pensar en lo demás.


Aparquemos un momento el repertorio para echar un vistazo a los 4 músicos que tenemos en el escenario:

En la batería encontramos al gusto personificado y, el gusto, sobre todo en el metal, es un verdadero tesoro: Juan Carlos Aizpún son las baquetas que cualquiera soñaría tener a mano para salir a ganarse la vida en la carretera; todo lo que hace lo hace bien, y hace mucho, y se nota; lo nota hasta el que menos sabe de música en la sala. Y lo disfruta, incluso, aunque no lo sepa.


Rafa Redín aparentemente se diría que es el bajista pero hay mucho más detalle en este esquivo engranaje: es el motor de composición letrístico de Koma (eso es mucho), es la voz de temas que sólo él puede cantar (y se agradece) y, desde mi punto de vista, es, sobre todo, el alma punk rock que mantiene el salvajismo de no encasillar a la banda en un solo estilo.


Los riffs y los solos, esa pareja que levanta pies del suelo y siembra cuernos en las manos del respetable; ya sea por embaucar al cerebro, por puro vicio, o para demostrarle que hay cosas que son reales aunque parezcan de película. Natxo Zabala, desde la primera vez que escuché Koma, es para mí el Dimebag de las vascongadas; un guitarrista que mide perfectamente cuándo saltar de la caña al blues y, en su sonrisa, puedes leer un lo estoy pasando pipa con lo que hago.


Cierto es que Koma es un cuarteto en bloque donde cada uno aporta lo suyo pero, si tuviéramos que elegir a un líder, tendríamos que llamarle Brigi Duke. Envidio profundamente a este hombre porque hace demasiadas cosas con nota: es la voz de Koma, una voz que sale del averno y baila bastante más arriba (sin quejarse el oído); es el compositor musical que alimenta las letras de Rafa; el ojo y la ceja levantada que busca entre el público un buen puñado de cómplices: se los gana a todos; es el escudero de las 6 cuerdas de Natxo; y el corre caminos del escenario que va al encuentro de sus compañeros para decirles vamos a tocar esto juntos. Para más inri, le sobra tiempo para tocar la batería con El Drogas (bendito Enrique Villarreal)… Mis diez.

Retomamos porque, desde las tablas se escucha el preámbulo de un “vaya carrera que llevas chaval”, y al poco nos espetan un “Sé dónde vives”, un siempre intenso “Caer” y, entre otras, un buen manejo de silencios punkarriles: “El Pobre”. Y es que la discografía de este grupo está plagada de canciones que son verdaderos himnos. Todavía recuerdo mi cara la primera vez que le di a play a aquel directo, “Molestando a los vecinos”: qué desfase, entendimos el título, sin decirnos nada (y los vecinos también).


Y, así, fuimos navegando, y no a la deriva, a través de una noche nada komatosa (en lo literal), parando en puertos, tan diversos como reggae o vals, para saludar al Marqués de Txorrapelada y anotar la canción número 18 de la noche, El Sonajero. Porque, si algo garantiza siempre un concierto de Koma, es que no pierdes el tiempo. El directo son dos horas (y pico) sin descanso, no hay mucha presentación ni tonterías de “me quedo con la peña”; Koma llega, enciende el maquinillo y lo da todo hasta el final; no necesitan teloneros ni esperar demasiado a que les pidas toca otra más. Y eso es un puntazo, al menos para mí.


Así que volvieron a escena, se revolvían las cabezas en unas primeras filas que ya eran más de diez, de quince... puede que media sala; allí se habían forjado alianzas para disfrutar de la música hasta que caiga el telón. Con “Palabras mágicas” sonaron cuatro temas más entre los que, lógicamente, cerraron el hit “Aquí huele como que han fumado” y, de las mejores despedidas que existen en formato bienvenida: “Bienvenidos a Degüello”.


Y no, el bis no es uno ni se reduce a dos ni a cuatro canciones. Koma sabe que tiene algo especial con el respetable, y, por eso, se marcha siempre con clase, tocando un tema que tiene que ser el último sí o sí ya que...

¿Qué se puede tocar después de “Mi Jefe”? Nada, sólo se puede aplaudir, decir hasta luego y esperar a la próxima.

Qué mejor día para hablar de “Mi Jefe” que hoy, el día del trabajador.

Saúde!

 

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