A Enrique no le preocupa ni le importa contar hasta tres aunque eso signifiquen horas de concierto; no lo verás sentarse ni pararse en exceso aunque 42 no es una edad para él sino el número de canciones que componen su último disco, Solo quiero brujas en esta noche sin compañía, y es que cinco cds -o cinco timbres como él los llama- parecen ser una edición de bolsillo (léase con retranca) cuando en realidad resultan un lujo en la cartera y el oído de los tiempos que corren. Hay artistas que todavía se prestan la vida del próximo bolo al entrar en la sala del actual y no se olvidan nunca de colocar, sin querer demasiado, una sonrisa en un público que se siente rápidamente como en el salón de su casa. Hablamos de El Drogas.
 
 
Enrique Villareal Armendáriz, al que una Sala Capitol a reventar reconoce cariñosamente como El Drogas: esto se escribe con pluma de aplausos y tinta fresca de bienvenida. Se presenta elegante, irreverente y atemporal, como sus letras; no cualquiera puede vestir chaleco, americana de cuadros o tener la osadía de llevar pañoleta manteniendo la compostura de un Rock&Roll “de espabila” que esto es serio; no es fácil combinar corbata bien puesta con rastas y trenzas de todos los colores; perilla blanca que peina miles de actuaciones que ya ocurrieron y que aún perviven en la memoria de los más longevos de los presentes en la Capitol esta noche, un viernes 20 de diciembre. 
 
 
Los zapatos impolutos donde lo clásico se vuelve moderno en el brillo de unas luces que rezuman sal de fiesta. Y si uno le mira a los ojos buscando respuestas, gafas oscuras que dejan ver mucho más de lo que esconden reflejando sólo aquello que tus oídos necesitan escuchar para despertar de un letargo que les impone una aparente normalidad en la que vivimos, bebemos y, muchas veces, nos jodemos.
 
Un piano sacado de algún salón del salvaje oeste es la estrella de unas tablas cubiertas por un humo que huele a comienzo inminente de derroche de rock nacional macerado en Barricada de Pamplona. “Tienes dos manos increíbles para empujar somos los bastardos que dejaron de llorar”, acaba de empezar, él solito, de tranqui con su piano, y ya se ha apropiado del silencio del respeto y de la atención de toda birra abierta en las primeras filas del corazón de la capital de Galicia.
 
 
Pero Enrique no suena solo, poco a poco van entrando en escena sus tres aliados; al bajo, contrabajo y coros salta a la vista Eugeni Aristu y este hombre es el encargado de dar un grosor desmedido al sonido, el bajo suena como un auténtico cañón que te golpea en el pecho sin contemplaciones; uno lo ve tocar y percibe la fuerza que despide. En la batería Brigi Duque, para mí siempre será el líder de Koma pero he de reconocer que no le hago ascos a su faceta de batera: imprime el ritmo que hace falta en todo momento convirtiéndose en el engranaje buscado para la ocasión. A la guitarra Txus Maraví, un verdadero monstruo en las seis cuerdas, capaz de hacer malabares con el peso de las guitarras rítmica y solista fundiendo el escenario en una auténtica autopista de notas musicales bien puestas.
 
Y es que de sonido tampoco hay queja y así mi gozo en un pozo cuando alguien llega a la Capitol y demuestra de qué pasta están hechas las paredes y luces de esta pedazo de sala. Gracias, joder.
 
 
En cuanto al repertorio, no creo que quedase muy corto decir que fueron más de 40 las canciones que sonaron y se disfrutaron; la mitad de ellas del último disco, sobre todo de las partes uno y dos (timbre acústico y timbre oxidado) pero no faltaron clásicos de Alarma como Frío y, por descontado, de Barricada como Oveja Negra, En la Silla Eléctrica, No Hay Tregua o La Hora del Carnaval siendo parte del bis otros como Barrio Conflictivo y Bahía de Pasaia junto a Empujo pa’ki y Azulejo Frío de Txarrena. En definitiva, hubo timbres para todos los gustos siendo el gusto una forma de decir, cumplidos los 60, Enrique Villareal Armendáriz.
 
 
Y todo este buen hacer musical está al servicio de El Drogas. Él es quien buscan todas las miradas de los presentes, sus letras mordaces y atrevidas son coreadas por todos: es un placer estar en un concierto en el que no distingues si público o artista pero dices “bien”. Lo importante de Barricada eran las letras, decía un amigo el otro día, y es verdad pero el mensaje hay que saber transmitirlo, las letras hay que saber contarlas; Enrique se mueve por el escenario utilizando el pie de micro como freno, se encara buscando al público que nunca le niega una mano, señala, gesticula y muestra todo el sentimiento que tiene cada una de las palabras que escupe, sin perder fuerza, buscando siempre una reacción, a poder ser en cadena; y eso a la gente le llega, eso hace que una banda se perturbe en una fiesta y eso significa que tres horas no son demasiadas si la excusa es buena.
 

A veces perdemos el tiempo pero otras… otras nos lo roban con soltura, elegancia, recuerdos y buen rollo. Hasta la próxima, Enrique, no faltes.