Hay conciertos que no se refugian, ni por asomo, en los cánones establecidos; artistas con la magia de hacer casi invisible cualquier escenario con tan solo dar dos pasos y mirar al fondo de la sala. Hay palabras, tan meticulosamente elegidas en su entonación, expresadas con una desconcertante precisión, que rezuman una ambigüedad de primera categoría y provocan al humor mientras sobrecogen por dentro con disimulo. Y qué suerte que no esté exagerando.
 
A un servidor se le caen las palabras al suelo cada vez que ensueña contaros lo que significa un directo de Albert Pla, aún así, con la vergüenza, medio guardada en el bolsillo, causada por una admiración sentida, lo voy a intentar. Hablamos de un extraterrestre, en apariencia, que desayuna juegos de palabras; nos referimos a una mente despierta, un alma mordaz, irreverente, peligrosamente cuerda, que inyecta sarcasmo en cada palabra que cocina; un ser muy capaz de retorcer las entrañas de la risa furtiva deshojando la tristeza del mundo en el que, dicho así, no parece que vivamos. Y qué pena que sea la verdad.
 
Viernes noche, cruzo esa pesada puerta roja que separa la Sala Capitol de las calles de Compostela y me rodea un casi lleno, una fauna variada, indicativa de que este no es un concierto del montón. De algún modo no me sorprende, Santiago es impredecible en cuanto a asistencia a eventos se refiere. El hilo musical es peculiar, alterna una especie de música electrónica con temas de jazz puro; normalmente guarda relación con lo que vas a ver aunque no sé bien si este es el caso. El ambiente se respira distendido sin embargo las risas y las palabras que acompañan a la espera se perciben a volumen de susurro en la distancia, agradables al oido en la proximidad y desconcertantes para una impaciencia que no parece tener ganas de acudir a la cita.
 
Se mueren las luces, enmudece la sala y a paso lento, pero extrañamente firme, casi automático, el respetable se acumula al pie del escenario. El Señor Pla aparece solo, con esa mirada de haber vivido demasiadas cosas, con esa timidez desvergonzada de serie, navegando entre las sombras como si la gravedad no le afectase, mostrándole al foco una túnica de las que han librado mil batallas, unas botas de agua, con las que cualquier crío disfrutaría en un charco toda una tarde sin miedo al catarro, y una guitarra, española, con pinturas de una guerra que se ha cobrado incontables versos en la trinchera figurada. La sala se llena de aplausos y claros ecos de un "lo estábamos deseando". Ya lo tiene, con su vistosa coraza de lo evidente, ya puede ser Albert Pla y todo lo que quiera: el público está de su lado.
 
 
Las notas surgen de la nada y Albert, con su peculiar voz de quien no necesita gritar para ser escuchado, saca la artillería pesada: el tema "están cayendo bombas en Madrid" dibuja un divertido "muy buenas noches ciudadanos" para suavizar esa frase que describe perfectamente al ser humano: "sálvese quien pueda"; ironía en estado puro para su primer acercamiento al respetable.
 
Pla no es un cantante al uso, es más bien un narrador de verdades enfermas de surrealismo que se apoyan en la música para enganchar al oido de quien se atreve a escuchar mientras piensa. Se mueve por el escenario con la ilusión de un niño, mira fijamente a todos y cada uno de los presentes, se ríe, hace preguntas que no siempre tienen o esperan respuesta, se emociona, gesticula de todas las formas posibles y se enfada con el único fin de pervertir al espectador, con una grandiosidad que solo se encuentra en el teatro. Y no necesita más para montar un espectáculo que vale todos y cada uno de los céntimos de la entrada e, incluso, puede que le debas algo: al abandonar la sala, quizás tengas esa sensación de no haber dejado una buena propina.
 
Diego Cortés resulta ese compañero de fechorías soñado que siempre te mira con una sonrisa cómplice que fusila al miedo y al fracaso, que asegura la diversión y corona la confianza sin pedir nada a cambio; disfruta, da color, risa, pasión y brillo, con mimo y su guitarra, a la rumba y a las historias de Albert; desprende una sangre flamenca que cabalga desbocada, desde el nacimiento, por las venas de solo unos pocos. Diego ha colaborado con grandes de la talla del Maestro Paco de Lucía, de ahí que en su solo, durante el concierto, se acordase de esa, para Paco, "cara B" llamada Entre Dos Aguas. Pero, por encima de todo, Diego cree en la fusión del flamenco con otros estilos musicales. Fusionar no es fácil, el señor Cortés tiene el gusto necesario para que el respeto aplauda sin contemplaciones, ni objeciones, engrandeciendo, en suma, a uno de los estilos más sentidos del mundo de la música: el flamenco. Olé.
 
 
En cuanto al repertorio, vivimos un extenso repaso por los temas más conocidos de la discografía de Albert Pla: con Bomba descubrimos "por qué todo lo que acaba en ina alucina y todo lo que acaba en ano explota". El Gallo Montenegro es siempre un recordatorio del  "atrévete si quieres a no hacer nunca lo que debes". Lola la loca nos pedirá, una y otra vez, que "no cambies nunca, Lola, dicen que estás siempre en la luna". Joaquín el Necio, esa disparatada historia de unos cuernos que terminan en un dicharachero "porque el negro es mejor que tú, no tiene malicia ni mal corazón". Carta al rey Melchor, ese conflicto sin solución justa entre los principios y los sentimientos: "sería mentirle si digo que tengo respeto por la monarquía, siempre me he cagado en las dinastías y en las patrias Putas, las banderas sucias". Soy Rebelde, versión que recordaréis de la película Airbag y que define perfectamente quién es Albert Pla. La Colilla, "Houston, tenemos un problema... Y es que estoy que echo humo" (y lo echó, vaya si lo echó). Pepe Botika, tema del Veintegenarios que reconocerán, de primeras, los amantes de Extremoduro. El sol de verano, esa historia de un día de playa que acaba en un sórdido y macabro "lo empujo hasta el fondo y le dejo morir, me vuelvo a la arena junto a mi mamá". Insolación, del que un día dijo "yo se lo dedicaría a aquellos que se quejan continuamente de todo y no hacen nada por solucionarlo", pareció una dedicatoria a un espectador que grababa en vídeo, con su móvil, llevándose una buena dosis de sarcasmo cortesía del artista: "tú seguro que te manifiestas desde el sofá escribiendo en twitter". Y algunas más que seguro cayeron pero, me vais a disculpar, ya no puedo recordar.
 
Y es que toda canción de Albert Pla, esconde una perla dura, transgresora, impredecible, conflictiva y siempre necesaria para que nuestras conciencias no descansen profundamente. El espectáculo está preparado, muy bien cuidado, mas deja siempre un hueco para la improvisación, la anarquía y la intervención del público. Así, en el bis, cuando vuelve Albert y está a punto de abrir la boca, un espontáneo decide cuál será la canción: "¡el bar de la esquina!". Y de este modo, con un "pues vale", arrancó ese trago final de un concierto que, a todos los presentes, nos dejó, sin lugar a dudas, con un gran sabor de boca al filo de la media noche.
 
Gracias, Albert.

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