Caía la noche del viernes 24 de octubre y la Sala Capitol de Santiago de Compostela lucía su uniforme de outono para sembrar la alfombra roja al anuncio de dos meses en los que, la música negra, ya por tradición y, sobre todo, por ganas y fieles, toma la ciudad picheleira consolidando una hegemonía que no alberga ni oposición ni duda alguna.

Así, en la previa del concierto que nos ocupa, la sala se transformó en lo que fue hace ya mucho, un cine, para hacer un repaso visual y sonoro de lo que nos espera en el Outono Códax Festival de esta temporada.

Pero de eso... ya hablaremos en otro momento....

21:30h, puntual como un reloj se abrió la puerta trasera del escenario y la banda de Robert Finley encendía motores instrumentales con I Just Wanna Tell You, una versión de un clásico del funk firmado, originalmente, por George Clinton que sirve como piedra angular del universo finleyriano.

Robert cruza el umbral, con una sonrisa que derriba los obstáculos que su vista le pone, y lo escolta un ambiente de luces bajas y cálidas que lo transportan al centro de unas tablas que saben a whiskey de media noche en barra americana. Toca el micro y, desde el aparente abismo forjado por sus gafas de sol y su sombrero tejano, con un par de frases, el oriundo de Luisiana conecta, al instante, con un público que no esconde sus ganas de música en directo. 

“Os voy a hacer sentir el dolor”, podría ser una amenaza o, incluso, una invitación al teatro del aburrimiento y la agonía pero, en este caso, es un sadismo que destila con desmesura la maestría y el buen hacer de sus 71 años de vidas. Robert canta hasta cuando habla, un declamar que te sumerge en lo analgésico y cuya paz interrumpe, a su antojo, cuando sus cuerdas vocales surcan la cresta del compás para llevarlo al límite del espectro de frecuencias mundanas.

A Finley lo acompaña su hija, Christy Johnson, un seguro que sabe estar en los coros medidos, sabe llevar al redil a su padre, cuando la tentación del rock llama a la puerta, y sabe tomar las riendas del escenario para mostrar su chorro de voz y disparar, sin problema, las comparaciones odiosas pertinentes.

“Mi hija dice que me siente pero el rock & roll no se hace sentado”. Y es que, a lo largo de la noche, Robert se sienta, se levanta, baila y se detiene en la posada de la comunión con el respetable. Van sonando temas de los 6 álbumes que conforman su discografía y uno ve que no está ante un simple bluesman

Robert se defiende en los terrenos del Gospel, del Blues, del Folk, del Soul e, incluso, en los pantanos del Jazz y del Rock & Roll. Una mezcla poderosa, en la que uno distingue y vibra, en cada estilo y mezcla, con una ejecución perfecta de la historia americana.

Pero de voces sólo… no vive esta banda. En la batería, Charlie Love, me encantaron sus ritmos, no es el típico baquetas que se queda en los clásicos sino que prefiere disfrazar lo complejo de fácil de digerir convirtiendo el blues en un rock de disfrute. Todo un reto que supera, sin dificultades, y que te deja, irremediablemente, enredado en el groove. 

Junto a él, Ollie Hopkins, a piñón fijo, fiel escudero que no demanda protagonismo ni salidas de patrón básico pero que consolida una base rítmica de lujo sobre la que montarla parda.

Cierra el grupo Liam Hart, a la guitarra, un músico sobrio que juega con los silencios del pentagrama y que se regocija escuchando el resonar de sus acordes en su ampli Fender. Tiene un gusto exquisito y un temple sólo a la altura de quien domina la técnica de las seis cuerdas. 

Él solito se encarga de llenar el espacio con una Silvertone que no necesita más que un poco de reverb para tener un timbre de delicatessen y colmar el llamado "edge of the break" de su amplificador.

Y, mientras me dejo llevar por todos estos elementos, ha volado, literalmente, hora y media de música estupenda. Robert sigue hablando, habla por los codos, sonriendo y bailando, lo que su cuerpo aguanta. Nos dejan unos instantes pero, lo justo, retoman el bis, el último baile porque

“Vosotros me necesitáis pero yo os necesito a vosotros”.

Así, con un Every thing it`s All Right de manual, con el corazón en la mano y la naturalidad de quien está en su casa desayunándose al público, llega la rúbrica, el punto final a una noche de leyenda y a un saber que, desgraciadamente, no se aprende ni en la escuela... ¡Ni en el tubo!.

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