A golpe de jueves, festejamos con buena música, el inicio de otra nueva temporada de Outono Códax Festival, y ya van 15 añitos en el candelero.
En esta ocasión, concretamente, la diversidad está asegurada y nos esperan conciertos de estilos, aparentemente, dispares aunque, a los hechos me remito, La Organización del certamen no deja, nunca, la selección, de las bandas en manos del azar.

Y así, con un respiro de la borrasca que nos acompaña estos días, caímos en el bolo de la cercanía, por excelencia, tomando una cañita en el Riquela mientras el cartel de sold out reducía nuestro espacio vital, razonablemente, a la par que acrecentaba la necesidad de mantener conversación con los conciudadanos de metro cuadrado asignado. Y eso también es música.

Hablando de música, el hilo sonoro de la espera fue peculiar, transitando entre el continente africano y los mojitos de una isla caribeña, del otro lado del charco. Daba para viajar, y barato.

Buen ambiente, poco móvil, bastante sin hueso, y, sobre todo, unas cuantas almas con ganas de disfrutar de lo polifónico, en vivo. No se puede pedir más, salvo la llegada de los artistas de la jornada.
Pues con una canción de la banda sonora de la película El Milagro de P. Tinto cuya letra, todo hay que decirlo, sólo parecía conocer mi amigo Jorgito, en toda la sala, saltaron a escena los tres de Carabanchel.

Amagaron con el no tengo muy claro lo que hago arrancando, sin esfuerzo, las primeras risas del personal pero... nada más lejos de la realidad. Y es que, aunque su buen hacer salta a la vista, el gran secreto de esta formación, reside en el humor y lo utilizan para captar la atención del más escurridizo del lugar.

Un ingenio que está presente en cómo se miran mientras tocan, picándose sin malicia; presente también en su forma de comunicarse con el público haciendo de la sala un teatro, al más puro estilo Tricicle; en sus videoclips que nunca sabes por dónde van a salir e, incluso, en la selección de los propios títulos de las canciones aunque Ángel bromease diciendo “lo bueno de lo instrumental es que puedes llamarle como te salga de...”.

Musicalmente son inimputables: impolutos en la ejecución y sospechosos habituales del ritmo que demanda el metrónomo. Su estilo es un rock progresivo moderno que bebe de todas las fuentes que encuentra en su camino. Esto hace que un profano pete, literalmente, al ver cómo, en una misma canción, pueden pasar de lo más vertiginoso a la quietud absoluta, en un abrir y cerrar de compás.

Sin embargo, esta emergente formación, joven de espíritu y discografía, muestra, en sus 2 álbumes publicados hasta la fecha, un enorme trabajo, tangible en el oído, a las primeras de cambio. Temas de una cierta complejidad musical que invitan a la concentración en el directo, por su parte y por la de un público que no despegaba ojo ni oreja de los malditos Gilipojazz.

Su formato es el de power trío, un trío calavera que, sobre las tablas, muta cuando menos te lo esperas. En la batería tenemos a Pablo Levin quien también se agencia un bajo si el momento lo demanda. Es una base impenetrable que no requiere de excesivos elementos en su batería pero que domina cada uno de ellos para otorgar una maestría que no desaprovechan sus compañeros.

Ángel Cáceres es el líder del grupo, un pequeño Jaco que juega con el bajo para hacer lo que le da la gana. También lo vemos coger la española en algún tema, como en el popurrí de Dragon Ball que se marcaron (yo soy de los que odia GT, a muerte). Y, lo más importante, es el encargado de interaccionar con el respetable: siempre tiene el as que provoca la risa y que también sonroja al espontáneo de turno que busca su minuto de gloria.

Cierra filas, en la guitarra, Iker García, un portento de las seis cuerdas que las mata callando y que disfruta cada sonido que saca de su chistera estilo 335. Pero Iker tiene otro papel, más crucial si cabe, ser el antagonista perpetuo de Ángel, formando, entre los dos, un yin yang que gira en torno a la difamación de la deuda de un café, a las vueltas de la discusión cotidiana de dos amigos y que se alimenta, básicamente, de los dichosos sándwiches, por supuesto.

En cuanto al repertorio, además del popurrí mencionado y un guiño al Guitar Pro (versión 5), obviamente sonaron temas originales de sus dos discos publicados y una versionaza del setentero progresivo Focus II, de la homónima banda de rock progresivo de Países Bajos.

Y así, con la boca abierta y una sensación de quedarse a gusto todo el mundo, voló una hora y media de este primer envite del Outono. Comentaban los Gilipojazz que nunca pensaron que tres humanos de Carabanchel tocando música friki estarían llenando salas, pero la realidad es que tienen mucho mérito, un mérito que no ha pasado desapercibido ni en el prestigioso Festival de Jazz de Montreaux.

Para algunos, una minoría que disfruta de esta música impopular, son una anomalía, bienvenida y necesaria, en un mundo condenado a vivir en las cloacas de la maquinaria de lo comercial, copia de otra copia.
No sé dónde está el Jazz pero seguiré investigándolo, en el gozo del directo, si vuelven a pasarse por Compostela estos chavales. Pero, hasta entonces...
Aún nos queda, por suerte, mucho Outono Códax Festival para vibrar!


