Hace ya unos cuantos años leí, no recuerdo donde, que la peor tragedia en tiempos de paz que habría sufrido la Sexta Flota americana en su dilatada historia tuvo lugar en aguas de nuestro Mediterráneo, concretamente en la Ciudad Condal. Allá por el año 1977 una lanzadera con 124 hombres a bordo regresaba a los navíos base cuando colisionó con un mercante vasco muriendo en el accidente 49 marineros e infantes. Desde principios de los 50’s hasta finales de los 80’s la presencia continua de soldados americanos en Barcelona fue una constante.
En una España oscura y subyugada bajo el peso de la dictadura franquista, no pillará a nadie por sorpresa que dicha presencia supusiera a nivel cultural una bocanada de aire fresco, de libertad y modernidad sin parangón. Ese contacto con los yankis trajo nuevas formas de ocio que influyeron en un primer momento en la cultura popular de la ciudad y posteriormente en el resto del país. Entre otras cosas nos trajeron el rock n roll.
En este contexto un imberbe Antoni Miquel Cerveró (alias Leslie), abducido por los sonidos que llegaban allende los mares, escuchó en alguno de aquellos chiringuitos de la Barceloneta el single de Jonny Burnett: “Train Kept a Rollin” y acabó haciéndose con el vinilo de una manera nada ortodoxa. Con el tiempo el muchacho adaptó la canción para la formación en la que ingresó a finales del año 59. Así escribió “Tren de la Costa” para la banda de su vida: Los Sirex.

Aún que parezca increíble, el pasado domingo 9 fue la primera vez en que el grupo de rock en activo con más años de carrera a la espalda del mundo se subía a un escenario de la capital compostelana. Como no podía ser de otra manera fue en la sala Capitol en la segunda cita con el Outono Códax Fest. Sesenta y seis años contemplan a una formación que teloneó a los Beatles en su única actuación en la plaza Monumental de Barcelona en el año 65. De aquellos jóvenes que pisaron el coso, en tan inolvidable tarde, continúan en la formación actual: José Fontseré (guitarra rítmica), Juan José Calvo (guitarra solista) y el propio Lesli. A la trinidad se unen ahora Francisco Ramírez al bajo, Albert Escudero a la batería y Quim Barnat al saxo y piano.

El edadismo saltó por la ventana nada más entrar Los Sirex por la puerta. Nos hicieron “mover el esqueleto” y cantar sin complejos, llevándonos a algunos a nuestra adolescencia y a otros a la de sus padres. Con su derroche de simpatía y saber estar fueron desgranando, una a una o en medley, sus canciones más populares en poco más de una hora: “La Escoba”, “Que se mueran los feos”, “San Carlos Club”, “Muchacha Bonita”,... Canciones escritas en otros tiempos y hoy ya, himnos eternos. Momento especial el que pudo vivir el compostelano Alfonso Espiño al subirse al escenario para cantar junto a Leslie el “Yo Grito/Fuego”.

En definitiva, la primera actuación en la Capitol dentro del Outono Codax Fest resultó un auténtico lujo para los allí presentes. No todos los días se puede estar frente a la historia viva del rock n roll nacional. Larga vida para Los Sir.
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Llegaba la hora de la segunda banda de la primera jornada capitolina. Era el turno de los Principles of Joy. La banda francesa se plantó en el escenario y, en cuestión de minutos, dejó claro por qué son uno de los grupos más potentes de la actual escena soul europea.

Fueron saliendo los músicos tomando posición sobre la tarima como si de un ritual se tratara. Harryson Jean-Baptiste y Loïc Betems se colgaban las guitarras con ese gesto de quien sabe a lo que se viene. Jérôme Makles marcaba un pulso grave desde el bajo. Cédric Dolanc ajustaba los platillos y Ludovic Bors entre las teclas y flauta. Parecían preparar un conjuro más que una melodía.
Arrancaron con un breve tema instrumental que sirvió para meter en escena a la vocalista Rachel Yarabou. A continuación dos temas de su segundo disco: “Selfish Boy” y “Be Good to me” con influencias del soul setentero más clásico. La voz de Rachel parece haber sido esculpida por los mejores artesanos, hecha a medida, no solo se escucha sino que se siente. Hay algo en ella que conecta directamente con la memoria de Sharon Jones, como si ambas compartieran la misma chispa divina del groove y la emoción. Continúa el show, “True Life”, “Ablaze” y “All That Counts”.

La banda hace honor a su nombre: “Principios de Alegría”. Su estilo es una mezcla deliciosa, el soul más primitivo de los ochenta se encuentra con el deep soul más emocional, y por ahí se cuelan toques de hip hop, funk, algo de psicodelia y hasta guiños al jazz. Las guitarras en ocasiones puntuales incluso llegan a perderse por derroteros impropios del género. Y es que el soul, al igual que el hip hop, el house, el new jack swing o el funk, tiene esa magia de absorber influencias de todos lados y devolver algo completamente nuevo. No se trata de seguir una fórmula rítmica o armónica. Todo fluye perfectamente equilibrado, resolutivo y con la naturalidad que solo logran las bandas que creen de verdad en lo que hacen. No hay artificio ni pretensiónes. El soul es una energía, una transformación. Es más que la suma de sus partes, es vida, sudor y verdad.. Continúan con “Kick off the Road”, “Soulmate” y “Girls be Like”
El escenario, en este contexto, se convierte en un templo laico. Si el góspel necesita una iglesia, el soul necesita un escenario donde algo suceda de verdad. No basta con tocar bien o cantar bonito; hay que sudar la emoción, dejar que el cuerpo y el alma se mezclen. Esa noche, la sala fue exactamente eso: un lugar de trascendencia sin religión, donde cada nota era una pequeña revelación. Siguen cayendo temazos: “I’ll at Ease”, “Your Thing is a Drag”, “God only Knows”,… el show va in crescendo.

La temática de sus canciones viaja por todos los rincones de la experiencia humana. Nos hablan de amor, de pérdida, de injusticia, de esperanza, de las pequeñas victorias cotidianas y de las tragedias que nos hermanan. Porque el soul es música del día a día, que entiende tus días buenos y tus días malos. Está conectado con la realidad: te habla del mundo que te rodea, pero con un pulso que te invita a seguir adelante. Se acerca el final y caen “Hoods Love” y “Firts Time”. La banda abandona el escenario entre aplausos y regresa para “una más” a petición del respetable. Con un excelso “No Justice , no Peace” . Un ejercicio de diez minutos de reivindicación narrativa y libertad interpretativa que cierran una gran noche .
Cuando Rachel Yarabou lanzó la última nota, con la banda dándolo todo, quedó claro que no había sido solo un concierto. Fue una ceremonia del alma, un recordatorio de que la música —cuando es de verdad— no solo se escucha: se vive.
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