Tocó quedarnos de este lado de la ría para, entre semana, disfrutar de los que posiblemente serán dos de los mejores bolos del presente año: los suecos Hellsingland Underground en la Fábrica de Chocolate y los americanos Marah en Masterclub.
Mientras en los 70’s Alfredo Landa al grito de: ¡Que vienen las suecas...! ponía a cien las anestesiadas libidos de nuestros ancestros, a día de hoy y dentro del establishment rockanrolero, el grito hace referencia a la calidad y al bien hacer de las hordas nórdicas que con frecuencia nos visitan (Téngase en cuenta que en los tiempos que corren el gentilicio sueca/o poco importa. ¡Para eso tenemos un Ministerio!).
No sirvió sin embargo la nacionalidad ni el inmejorable currículum de la banda para incentivar la curiosidad de los “roqueros” de la ciudad olívica y aledaños ocupados supongo en ahorrar para los eventos de “mayor empaque social” que se avecinan bajo el “caballeresco” paraguas de su máxima autoridad municipal. Paupérrima entrada, diríase vergonzosa.
La banda sueca, tras haber suspendido su anterior gira hispánica por culpa del covid, regresaba por tierras gallegas con cambios en la formación pero con el espíritu que la vio nacer más vivo que nunca: disfrutar y divertir al público haciendo lo que más les gusta.
Los Hellsingland son fundamentalmente una banda de guitarras en la que Peter Henrkinsson y Jerry Ahström-Ask te transportan al sur de la linea Mason-Dixon en los USA, con sus tonos cálidos, sus armonías y con acordes abiertos interpretados con maestría. El entusiasta optimismo que su frontman, Charlie Granberg, contagia al resto de la banda y a los asistentes haciendo del evento una fiesta a pesar de la escasa afluencia de personal. Un efectista piano blues & boogie-woogie y una base rítmica sencilla, pero sólida, completan la excelencia de la banda. El frío norte calentando al tórrido sur. Simpatía, gancho melódico, guitarras dobladas, southern rock, hard rock setentero, costa oeste americana, folk europeo, influencias mil, … Dos horas de bolo presentando sus dos últimos lps: A Hundred Years Is Nothing (2019) y Endless Optimism (2022) alternando temas ya clásicos en su repertorio. Afortunados los que allí estuvimos.
En menos de veinticuatro horas repetíamos en Vigo. Íbamos con la idea de disfrutar de una de esas formaciones que en su momento acapararon los merecidos elogios de la crítica y de sus propios compañeros de oficio: Springsteen, Steve Earle, The Jayhawks,… catapultándolos al cénit de las bandas de finales de los noventa. Banda de rock con influencias diversas y enfocada en unas letras poéticas y emocionales con enérgicos directos que acaban por encender al respetable.
Los "ilustres desconocidos", los hermanos Serge y Dave Bielanko base fundamental de Marah, dejaron constancia de tal merecimiento en los numerosos conciertos que dieron por España, país donde más veces han tocado fuera de los EEUU. Los que habíamos tenido el gusto de haberlos disfrutado con anterioridad no podíamos dejar pasar la ocasión de repetir, eso si, con el hándicap de ver a la banda cercenada por el abandono de Serge dedicado en la actualidad a la vida familiar y a la literatura.
Esta vez no venían a presentarnos ningún nuevo trabajo, venían por la necesidad que al cabo de un tiempo a los músicos les empuja a subirse a un escenario y carearse con su público. Con mejor entrada que en la víspera pero sin alcanzar las expectativas previstas, arrancó el evento sin concesiones. Era el primer concierto de la gira y las ganas de agradar de un Dave Bielanko ya empapado en sudor desde el primer momento eran patentes - “Parece ser que una vez toqué en esta sala, pero no lo recuerdo…” Se subía a las tablas bien arropado por veteranos de etapa gloriosa de la banda de Philadelphia: Slo-Mo Brenner (Slide), Dave Peterson (Batería) y Adam Garbinski (Bajo), más la presencia del ya no tan niño Gus Tritsch (Guitarra y Violín) quien en el Azkena del 2014 nos asombrara con su precocidad.
Las guitarras enérgicas y la pasión en las interpretaciones fueron calando en un publicó que sabía perfectamente lo que le esperaba y que acabó entregado a la causa. La voz rasgada, aguardentosa, de Dave se mantuvo en buenas condiciones hasta el final del concierto en el que si se pudo apreciar la baja forma física en la que se encuentra: pandemia, falta de bolos, edad... Desfilaron clásicos de su repertorio: Point Brezee, The Catfishermen, Santos de Madera… y alguna que otra stoniana versión (“Before they make me run”) y se echó de menos algún que otro tema que antaño interpretaba el hermano ausente.
Noche sobresaliente para atravesar el ecuador de una semana de esas difíciles de olvidar por las dos grandes bandas que pudimos disfrutar en menos de veinticuatro horas.
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