La apisonadora The Baboon Show barre la Sala Capitol de Santiago de Compostela, a golpe de maza y sudor, en el domingo más sábado que se podría haber imaginado. La formación sueca no dejó nada en el tintero ni títere con cabeza en un público con inagotables ganas de fiesta.

El grupo gallego Moloch puso la primera piedra mostrando su versión progresiva de los versos del poeta pontevedrés Jorge Acuña.

Noche de lluvia copiosa en Compostela, como debe ser en estas fechas; y, encima, en domingo!, dijo la pereza mirando de reojo a la desconcertada desidia. Con esta premisa, no parecía apetitosa la idea de cerrar por fuera la puerta de casa y no entraba entre las gulas de muchos coger rumbo hacia la Sala Capitol (ejem). Y sin embargo, así lo hicimos, con fe ciega en el resultado, y así nos mojamos, lo que no está escrito, y disfrutamos... lo que el despertador nos concedió.

A las ocho en punto, en la apertura de puertas, se agolpaban los más fanáticos del cartel de la noche. El motivo era doble: huir de la que estaba emanando del cielo y las ganas de gozar de un Baboon Show, ese concierto del que todos llevan años hablando en las sombras... Y es que, el que más y el que menos, no era la primera vez que acudía a la llamada de estos monstruos nórdicos. Eso explica una muy buena entrada, en pleno "fin del fin" de semana, con el puente asomando en el horizonte y con la billetera justa de efectivo.

Y allí estábamos, a una cola de ropero de cruzar las puertas de la Capitol, sin tener la certeza de estar preparados para una noche de rock & roll, con mayúsculas, como la que se avecinaba. Por suerte, siempre hay quien se toma bien el tema de la espera; así, alguno bromeaba sobre si habría secadora en el ropero o si no estaría la gente volviendo a hacer cola, tras desprenderse de sus húmedas joyas téxtiles.

Fuese como fuese, el ropero es un reloj suizo que funciona a las mil maravillas así que, sin retrasos, sobre las 20:20h, y sin hacer demasiado ruido, como si no quisiese molestar, hacía acto de presencia, en el escenario, la banda Moloch.

Este grupo de Pontevedra son los encargados de abrir el telón de la noche, con una propuesta homenaje al poeta, de la ciudad del Lérez, Jorge Acuña cuyos versos inspiran la música de estos gallegos, “todo queda na casa”.

Moloch es un trío compuesto de unos vértices llamados Violeta Mosquera, a la batería (“la de Bala”); Andrés Martínez, a las teclas; y Laura García, en las seis cuerdas y aportando también las cuerdas vocales. Estos oriundos galaicos venían presentando su segundo y último disco, “Hipofanías”, que se suma a su homónimo “Moloch” para conformar una discografía que los define en la escena de un rock progresivo con tintes stoner y seudopopianos; todo ello aderezado con una visión experimental donde los cambios "bruscos" de tempo son la tónica que rompe pretendiendo inspirar la crudeza de la poesía de Acuña cuyas “verbas” nos acompañan a lo largo del directo.

El concierto de Moloch es para degustar tranquilamente. En lo instrumental, recrean atmósferas donde la voz ejerce de hilo conductor mientras que batería y teclado recrean paisajes que evocan al mundo de lo cinematográfico. Es de esa música que uno se pone para estar a sus cosas, para tener su momento de evasión sana; a mí me presta, escuché decir.

Como amante de lo progresivo diré que fueron muy correctos en su actuación. Los tres componentes parecen centrados en lo que hacen, casi se diría que olvidan que existe un público al otro lado, de hecho su interacción con el mismo es bastante limitada. En las primeras filas se comentaba un “estaría bien que explicasen de qué van los temas”...

Y es que, en esto de lo musical, hay tantos estilos como formas de expresarse y de vivir lo sonoro. Este género es para escuchar con atención y puede que lo bonito sea que cada cual interprete lo que le parezca; la norma fue tomarse un refrigerio, sin prisas, e ir calentando las piernas esperando la llegada del tifón de Estocolmo. Y esa es la misión de un telonero, así que cumplida porque se hizo amena la espera.

Vamos, llegó la hora. Tras el oportuno cambio de escenario, sobre las 21:30h, una columna de humo cubrió las tablas y la luz se fundió en negro con la llegada de los ansiados “vatios”. Sonaban los AC/DC, dejando claro el espíritu que reside en los cimientos de los Baboon, y los focos azules y rojos, poco a poco, cobraban vida indicando al respetable que en 3, 2, 1 arrancaba la fiesta…

Menudo fiestón, aquí no se espera por nadie!: The Baboon Show es pura energía ilimitada que surge, irremediablemente, de forma espontánea. Desde el primer segundo toman el escenario y uno tiene esa impresión de que le están tocando a medio metro de distancia. Te acompañan, toda la noche; y eso que ese toda la noche es hora y media escasa de reloj pero es literalmente intensidad, sin tiempos muertos, es deporte de alta competición, casi olímpico, en versión figurada, si cabe.

A los mandos de esta nave que circula a velocidades prohibitivas, está Cecilia Boström. Ella es el SHOW. Ese es el resumen. Cecilia es de esos especímenes raros que se desgañita, se consume hasta el 0%; salta al público dos veces por canción, por lo menos.

No se aburren los pipas con esta mujer que no tiene miedo al salto al vacío. Y el público sonríe, desesperadamente, en cuanto la ve dar dos pasos hacia adelante; algo se revuelve en las primeras filas que hace que, instintivamente, todo el mundo eche las manos hacia arriba como esperando dinero caído del cielo.

Y esto es lo que marca la diferencia entre quien dice hacer rock y quien lo demuestra con cada golpe en la caja en las narices. Esta gente siente lo que hace y, lo más importante, lo sabe contagiar, en todo su esplendor, a quien acude a sus "fiestas".

Además de Cecilia, este cuarteto se compone por Simon Dahlberg a la guitarra, Frida Stahl al bajo y Niclas Svensson en la batería. Ellos son los encargados de cerrar filas en torno a Cecilia, de ponérselo fácil, de seguir el guion y de no dejar fisuras en el muro sonoro; de esta forma ella se libera, se dedica a descontrolar al público y los conduce, directamente y sin paradas, a la autopista de la música "babooniana".

Made up my mind fue el punto de partida de este pervertido bombardeo sirviendo de carta de presentación de su último disco, recientemente publicado, God Bless You All aunque la estética del escenario, con la portada como telón, ya hablaba por sí sola. Siguieron con The Shame, del álbum Damnation, que nos transporta a su vertiente punk rock y, sin solución de alivio, salimos despedidos hacia un Oddball donde la banda respira profundamente en las entrañas de los mismísimos AC/DC.

Metidos en faena, los temas caían niquelados, uno tras otro, sin que nadie echase en falta poner los pies en la tierra siendo bendecidos, en primer lugar, por el tema que da nombre al nuevo álbum, el altísimo God Bless You All, donde las manos alzadas y los saltos mortales se habían convertido, sin saberlo, en el pan de cada día de la sala.

Con Me, Myself and I cambiamos de marcha hacia un punk rock de clase A, del fantástico The World is Bigger Than You, donde los coros del respetable dieron buena cuenta del séquito de fieles que se había empapado, con motivos, para recibir al cuarteto sueco en Compostela.

Podríamos seguir así hasta mañana, porque la lista de canciones que sonaron andaría sobre la veintena (o al menos ahí perdí yo la cuenta). Como notas destacadas estarían el momento Iron Maiden, en el que habría que rebuscar debajo de las piedras para encontrar a alguien que no estuviese cantando el inigualable himno Run To The Hills. Por supuesto, nombrar el momento AC/DC, con el siempre interminable You Shook Me All Night.

Entrañable el momento Radio Rebelde, de su disco homónimo, en el que salieron al escenario unas niñas pequeñas para hacer los coros y recibir un gran aplauso del entregado público. Con este tema, exhaustos de un trabajo bien hecho que no permitió a nadie la dispersión, se despidieron los Baboon de Santiago, con una sala prácticamente llena que no paró de agradecer que, el domingo 3 de diciembre, no fue un domingo cualquiera.

Al filo de un nuevo día, sonando Tina Turner, como hilo musical de cierre, formándose, de nuevo, "la vorágine del chubasquero" en el ropero, mientras los que nadie aplaude desmontaban el escenario, y se limpiaban los estragos del desfase indescriptible con palabras, nos despedimos de una noche de domingo en la que todos rezamos para que no llegase el lunes mientras le dábamos al botón de play (pero no pudo ser) y decíamos... ¡Babún!.

 

The Baboon Show, un gran anfitrión para una fiesta dominical o de cualquier otro día de la semana.

Gracias a HFNM Crew por haber hecho posible este concierto.

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