"Te avisé. Haber venido..."
 
Con estas dos frases podría perfectamente dar por rematada esta reseña, pues me resulta muy complicado contar todo lo vivido en la sala Capitol en la segunda jornada del Outono Codax Festival.
 
Jornada de doblete canadiense. Celebración por todo lo alto de la música americana donde el rock, el blues y el soul se unieron en una experiencia exuberante.
 
The Commoners abriendo y abriéndose (20:30 h.). Rompiendo desde el primer acorde, en clara actitud de compromiso y responsabilidad con el acontecimiento que se espera sobre el mismo escenario un poco más tarde. La sala aún no está llena, pero poco a poco va entrando la gente hasta completar el sold out anunciado. Chris Medhurst a la voz y guitarra, Ross Citrullo a la guitarra solista, Ben Spiller al bajo, Adam Cannon a la bateríay Miles Branagh al teclado. Sobresalientes músicos, con una sección rítmica ajustada, ricas armonías, riffs quejumbrosos y CANCIONES, así en mayúscula. Dense ustedes si no una vuelta por el Spotify o cualquier otra plataforma musical de steaming y dediquen un poco de su preciado tiempo en escuchar su último disco: “Restless”, verán que no exagero. No es la primera vez que pisan el país. Hace dos años, de la mano de la promotora Teenage Head Music, dejaron un excelente sabor de boca en el circuito de las pequeñas salas patrias.
 
Mientras desgranan repertorio uno no puede dejar de acordarse de los hermanos Robinson, influencia clara de la banda, mas no mera copia. Los de Toronto saben conjugar un estilo propio equilibrando lo clásico con lo nuevo, la tradición con lo contemporáneo, con una energía que transmite su espíritu salvaje, sin complejos. Alternando temas introspectivos y melodiosos con himnos poderosos que revitalizan y renuevan el southern rock contemporáneo.
 
 
¡Como corre el tiempo! En que poco se quedan cuarenta minutos, cuando uno disfruta el momento y la música lo va curando todo cual bálsamo.
 
Parada.
Cambio de backline.
Aproximación a las barras.
Vuelta a las posiciones.
 
Se vienen noventa minutos inolvidables y de los que se hablará durante mucho tiempo en las etílicas madrugas de colegueo rocanrolero. Aparecen The Sheepdogs (21:35 h.) sobre un escenario adornado por el lucerío de un cartel con el nombre de la banda. Salen a “encontrarse con la verdad”, Find the truth, con las guitarras de Ewan Currie y Ricky Paquette transportándonos a la Irlanda de los setenta con un riff doblado que haría derramar lágrimas al mismísimo Phil Lynott. Continúan con Downtown recordándome el “Hey, Hey What can I do” de los Zeppelin para seguir con Let me in, de su último trabajo publicado, y que firmaría el mismísimo Fogerty para añadirlo sin reparos en cualquier set list de la Creedence
 
 
Así hasta descargar 17 canciones como 17 soles. Cada una de ellas evocando a los “más grandes” (Allman, Skynyrd, Doobie, Eagles,…) recuperando y reinventando toda la emoción de la edad dorada del rock n roll, los gloriosos 60’s y 70’s. Los de Saskatchewan no son solo una banda que se nutre del pasado, son una parte vibrante de la historia actual de la música rock que honra a sus raíces mientras mira hacia el futuro. Los temas, aderezados por el buen hacer de dos enormes guitarras sincronizándose a la perfección y juegando a entrelazarse en improvisadas batallas, consiguen tener al público absorto y entregado. No cabe duda, los Sheepdogs están hechos para el directo.
 
   
 
   
 
El combo se complementa con una base rítmica de escándalo (Ryan Gullen al bajo y Sam Corbett a la batería y el hermanísimo de Ewan, Shamus Currie, multiinstrumentista al que en esta ocasión al contrario que en anteriores giras le correspondió un discreto segundo plano. La conversación con un amigo, al rematar el concierto, derivó en las numerosas bandas con hermanos y las consecuencias que la consanguinidad acarrea: una química musical especial, las tensiones familiares como motor creativo y el sonido más cohesionado y particular. Todo ello muy presente en los canadienses.
 
Pasa una de las “hora y media” más corta de mi vida. Ya suena Feeling Good tras Roughrider ‘89 en los instantes finales de los bises y uno ya piensa en cuando podrá volver a disfrutarlos. Caras satisfechas encima y debajo del escenario.
¡Que gozada de banda!