El surf de Los Tiki Phantoms convirtió la Riquela, la noche del pasado viernes, en un baile de máscaras y carcajadas en el que, el público del Outono Códax Festival, se entregó, sin complejos ni relojes, al Rock & Roll de la tierra más batida.
Tercera jornada del certamen compostelano que, una vez más, dejó buen sabor de boca entre los asistentes al jolgorio nocturno.
Cuando la palabra Surf salta a la vista, desde algún rincón del minutero, me viene a la mente la imagen de mi amigo Josito, encima de su monopatín surfero (los hay), aprendiendo a coger las olas en seco, sorteando, temerariamente, a lo Daniel El Travieso, los gambones que estábamos a punto de pasar a la parrilla.
Este recuerdo (los gambones "sobrevivieron") no os importará en absoluto pero cumple una función ya que, al igual que el Surf Rock, intenta reflejar la energía y la pasión que hay detrás de un deporte que terminó ganándose el título de estilo de vida.
Surfeemos unos instantes. Eran los años sesenta y las playas de California se habían convertido en lugar de culto para los surfers. Se hacía menester una música que diese rienda suelta a esa energía, y a esa locura, desmedida, que gasta en desafiar las mareas, sin importar su envergadura. Un David contra Goliath, vamos.
En lo musical, decir Surf, es encender la reverb del ampli y pisar el pedal de un buen trémolo que haga vibrar las notas de tal forma que, en lo sonoro, se perciba una atmósfera un tanto especial y, sobre todo, espacial (aunque nosotros asociemos el mar, de primeras... cómo tiran las vacaciones...).
Por supuesto, también fue fruto de la experimentación, como todas las vertientes o subgéneros que, en algún momento, se dejaron arrastrar por el rock para formar “otra cosa”. Ojo que aquí no baila sólo el rock ya que se mete de lleno el Rythm & Blues y hay que señalar que, en su mayor parte, se trata de un género que merienda en la mesa de lo instrumental. A la divinidad de Dick Dale me remito, susurrando Misirlou.
Pero saltemos de una vez a la noche de autos, a ese viernes 15 de noviembre, justo cuando el reloj marca las 21:03h. Una vez más, nos encontramos en una actuación de salón, de codo con codo, de marco íntimo y personal: el que proporciona, siempre, un directo en A Riquela.
No hubo sold out pero sí una buena entrada que ocupó (y aprovechó) todo el espacio disponible. No estábamos preparados y, sin embargo, en esa falta de preparación suelen surgir la sorpresa, la improvisación y los actos de fe para alcanzar una noche memorable. Y así fue.
Los Tiki Phantoms treparon al escenario, ataviados con sus enigmáticas máscaras. Estos 4 jinetes del apocalipsis catalán, cubren sus rostros con velados Tiki que representan, como si fuesen divinidades, a los primeros hombres, según ciertas tradiciones mitológicas polinesias, y que otorgan protección al portador ahuyentando a todo espíritu maligno mientras propagan la energía positiva. Ahí es nada.
Pues también fue así. En cuanto empezaron a tocar, la energía positiva lo cubrió TODO.
Como decíamos al principio, estos barceloneses nadan en el Surf Rock más clásico, ese que dominaban bandas como The Ventures o The Surfaris y, más recientemente, herederos como los Straitjackets. Y, en lo musical, no reinventan la rueda porque el Surf es su excusa perfecta para montar un percal en la sala.
El mayor reto al que se enfrenta una banda de sus características es que todo es instrumental. Seamos claros, a gran parte de los asistentes a un concierto de Rock no los vas a cautivar sin una voz. Tendrás a esos frikis que gastan un instrumento en su salón pero al resto tienes que ganártelos implicándolos en el delito. Y lo hicieron.
¿Cómo lo hicieron? Pues la fórmula consiste, primero, en la buena comunicación. Uno de los guitarristas, El Caníbal, es el responsable de acercarse al micro, entre tema y tema, y hablar con la gente. No se trata de soltar una parrafada de ciencia-ficción sobre la canción que vas a tocar, no, él conecta con el público, tanto individual como colectivamente, y tiene esa dosis de humor que engancha (aunque te increpe); para INRI, tolera la réplica (aunque prepárate), así que la salsa está en su punto.
La segunda clave es consecuencia directa de la primera: haz partícipe al espectador. Que tiemblen los tímidos porque, en un concierto de estos tíos, el Dios Tiki dispone y puede disponer, como todo alto mando que se precie, cualquier cosa.
POR ESO vimos al Caníbal, sobre los hombros de un habitante de las primeras filas, recorriendo la sala entera, de lado a lado (ojo que, para envidia de los Tiki, “el habitante” se llama Peligro).
POR ESO El Bravo (batería), decidió cobrar su protagonismo y saltar del escenario en busca de una "voluntaria" escogida a dedo (entre forzosa y gustosa, vamos), para subirla a las tablas e iniciar su periplo de sacrificio, por la sala, sobre una colchoneta playera, aupada por las manos del resto de público (penitencias de fiel). Entre el miedo y el gozo se la veía y alguno, del respetable, demandó segunda ronda pero los Tiki abortaron mostrando divina mesura.
POR ESO cuando un asistente dijo “más kaña”, los Phantoms, cogieron el testigo y pisaron el acelerador del ritmo, sin contemplaciones, y no hubo necesidad de decir “a bailar todo el mundo”.
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Por eso hubo una conga masiva, dispuesta por el Dios Tiki, y comandada por El Jíbaro (bajista de la banda), en la que tuvo que participar hasta el mismísimo apuntador. Una conga en la que todos disfrutaron, como enanos, al son del surf de Los Tiki Phantoms.
Y por eso terminamos el concierto pidiendo tres o cuatro más, con una máscara Tiki puesta en la cara, ocultando lo inocultable, la sonrisa, en una noche en la que nos adentramos, sin saberlo, en una religión que, a cambio de pequeños sacrificios, otorga el cachondeo eterno.
Por cierto, venían presentando disco, “Y el enigma del tiempo”, y, visto lo visto en directo, hacen justicia de sobra a ese título en cada concierto.
Larga vida al Dios Tiki!