En la segunda mitad de los años 80s y cuando La Movida madrileña declinaba, en el barrio de Malasaña, comenzaba a gestarse un movimiento que apostaba por subgéneros de influjo 60s como el rhythm,n,blues, el beat y estilos del rock más combativos como el punk-rock o el garage-rock que ya a principios de los 80s, en buena parte de Europa y en Estados Unidos, habían conocido un “revival”.

De ese ambiente, surgieron Los Potros, este quinteto que pasó a ser trío y que con el devenir de los años pasó del más absoluto anonimato a ser reivindicado entre los entendidos de los circuitos más subterráneos.

En el año 1990 , publicaron su primer y único álbum, que ya quisieran editar muchas otras formaciones de carrera más larga y fructífera en cuanto a cantidad, pero no en cuanto a calidad.

El combo se formó en el año 1985 y cuya separación data del año 1995. Diez años en activo y solo dos sencillos, un Ep y un larga duración grabados. ¡Pero qué disco! Una auténtica pieza de coleccionista, por la que algunos pagan un verdadero dineral por una copia en vinilo.

“Black Light” se publicó en el año 1990 por el sello Munster Records y es un trabajo de doce cortes, condensados en menos de media hora y que se escuchan de un tirón, ya no solo por la escasa duración de la obra, sino por las magistrales piezas que se encuentran en su interior. Unas canciones que se mueven entre el power-pop y el garage-rock de corte clásico, con melodías perfectas y unas guitarras de sonido recio que adquieren un importante protagonismo, sin olvidarnos de unas voces perfectamente empastadas. Un álbum, que respira inequívocamente “estilo” beat y que recuerda instantáneamente a Los Cuatro De Liverpool.

Y la grata sorpresa que me llevé, cuando me enteré, que de la producción, se ocuparon Manolo Uvi y el gran y añorado Julián Infante (pedazo de historia del rock en España, que perteneció a Tequila y posteriormente a Los Rodríguez), que consiguieron un sonido fresco y directo, en una obra que se grabó en tan solo una semanita (mientras otros músicos viajan al extranjero en busca de un sonido “diferente” y se tiran meses en el estudio para intentar dar con el Santo Grial de la producción sonora de un disco). Señalar que Julián Infante incluso colabora como guitarrista y percusionista en algunas piezas.

Un trabajo en el que es difícil decantarse por un tema u otro, porque todos rayan a gran nivel y que consiguen recuperar el espíritu de efervescencia juvenil que muchos nos negamos a perder y donde, además de la rabia y rebeldía que en ocasiones transmiten las guitarras, nos encontramos también con cierto carácter melancólico que edulcora y equilibra dichas piezas.

Personalmente, destacaría el tema “Shades Of Myself”, que remite a The Byrds más psicodélicos y con unas exquisitas guitarras repicantes, la pieza “Love Is Dead”, con un estribillo infalible para cantar a pleno pulmón, “Black Clouds”, que rescata el espíritu mod de formaciones como The Jam o esa joya perfecta y eterna, con unas melodías y armonías, en su sencillez, excelentes: “No, Not Again”.

Simplemente…imprescindible, y como siempre digo, un disco (como tantos otros) en el que si las cosas fueran de otra manera, en su momento, debería de estar sonando en las emisoras de todo el país y recibiendo elogios del gran público. Pero si no hay riesgo en los grandes canales de información y a parte el público no siente un mínimo de curiosidad musical…poco se puede hacer, sino reivindicar pequeños grandes tesoros como este, en espacios como el que nos ocupa. Nosotros (aunque seamos pocos) lo seguiremos disfrutando, porque creemos que la música, las canciones, son algo más que sonido.