Segunda semana de Outono Códax Festival: 2 veladas, 2 conciertos y un solo lugar. Pero, sobre todo, días de sorpresas, de las agradables, porque, si algo hemos aprendido en estos años de Outono, es que las noches para el recuerdo viven en el concierto más inesperado.

Miércoles, pasadas las 20:30h, dejamos el calabobos picheleiro en el paragüero del Riquela y cruzamos el límite que separa el universo conciertil del mundano. Noche para conocer al señor Víctor María Aparicio Abundancia, más conocido por estos, y otros, lares como Víctor Coyote.

Víctor es una de esas personas inquietas, un fedello de larga trayectoria que se podría decir. Y esto se dice para bien porque si alguien puede denominarse artista, con todas las letras, es aquel que es capaz de agenciarse el título en varias disciplinas. Él puede.

Y es que, una hora antes del concierto que nos ocupa, se inauguró, en A Reixa Tenda, y en el marco de este festival, una exposición en la que, el señor Coyote, muestra parte de su trabajo como artista de banda deseñada (dibujante o ilustrador, si preferís) incluyendo pósters, portadas de discos y riders gráficos. Esto último, se refiere, básicamente, a un dibujo en el que se muestra, con relación a un concierto, los distintos elementos que se requieren, a nivel técnico, y su disposición para que se pueda celebrar.

Rider gráfico del concierto hecho por Víctor Coyote y publicado en su Instagram (@victorcoyoteaparicio)

Con relación a su faceta musical, en mi caso particular, el nombre de Víctor Coyote porta recuerdos de canciones del Rock Bravú que, al menos para un par de generaciones, nació en el Xabarín Clube. Para otros, en cambio, Víctor Coyote es un componente de la banda Los Coyotes: es decir, la movida de los ochenta.

Retomamos la noche de autos. Son las nueve, se hace el silencio y el Coyote, con sombrero tejano, y mucha calma y buena letra, sube al escenario. Lo hace con una guitarra española y acompañado por su escudero Gustavo Villamor al contrabajo. Y, como por instinto, surgen su voz y los primeros acordes de Hasta los mirlos cantan.

Nadie pierde detalle. Avanzan estos primeros temas a dúo y uno se reencuentra con ese concierto de cantautor que huye de los artificios sin hacer acopio de la vulgaridad donde las letras juegan a fingir el absurdo. Suelo echar de menos a Javier Krahe pero no esta noche en la que me dejo llevar, sin problema, por los cálidos pasajes sonoros a los que, con mucha facilidad y buen gusto, nos transporta Víctor. 

Y entonces el dúo se transforma en trío, con la entrada de Ricardo Moreno a la batería. A la batería y a la percusión porque este veterano del ritmo es un festival de choques y sacudidas. Las tonadas cobran un aire latino que simula tirar de los bpm para arriba mientras las canciones ganan en cuerpo, irremediablemente.

Unos temitas más y se completa la formación con la subida de Javi Álvarez quien se pone a los mandos de un pequeño teclado para aportar esa atmósfera que rellena unos huecos que no sabías que estaban pero que agradeces se tapen. Y ya estamos todos, bien a gusto, en este recién explorado mundo fronterizo.

El Coyote sabe medir bien los tiempos y sabe mezclar, con acierto, diversas músicas del mundo. Y digo con acierto porque ya suene cumbia, ya suene un rock & roll, a lo Johnny Cash, o ya se tercie algo más cercano a lo autóctono, uno tiene la sensación de estar escuchando un sello propio. Y eso ya es mucho decir de un artista.

Así que una noche muy agradable, una hora y pico que voló y que cerró con el clásico Esta noche me voy a bailar pero en su versión más tribal posible. 

Un placer descubrir a Víctor Coyote, en vivo y riguroso directo, hasta la próxima.

 

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