Se veía venir…
Giras internacionales aplazadas (Black Crowes, Kiss, Redd Kross, Judas Priest, …). Grandes festivales reconvertidos en eventos de ámbito local, cuasi que familiar. Pequeñas salas, terrazas y galpones de todo pelaje dando cobijo y consuelo a los yonkies de los riffs y la cerveza.
Retorno a territorios canedianos, vuelta al rock ferrolano, de aquella manera, con las limitaciones que esta situación finipandémica (esperamos) nos impone y las incomodidades, pero también oportunidades, que ello supone. Ya lo decía mi yo prepandémico: “los problemas son posibilidades”. Así que aquí estamos.
La edición número diecisiete del evento que, año a año hermana nuestro sureño valle miñoto con el onírico bayou del Mississippi, se desarrolló los pasados 8 y 9 de octubre bajo las difíciles circunstancias en las que nos encontramos. Pero eso sí, ni el miedo, ni el barbijo y ni el distanciamiento lograron que el groove en el teatro se apagara bajo los soplidos huracanados del pestilente COVID-19.
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